Sandra Lucero
Desde niña,
muy chiquita me costaba mucho dormir por las noches, me asustaban los ruidos y
las sombras, escuchaba el crujir de las persianas de madera del living, el canto
de los grillos, que se volvía una
especie de mantra nocturno en verano, las ranitas del campo con que lindaba la
casa de mis padres y los perros que aullaban a la luna o ladraban
frenéticamente hasta la madrugada, enviándose secretos mensajes perrunos.