Sandra Lucero
Desde niña,
muy chiquita me costaba mucho dormir por las noches, me asustaban los ruidos y
las sombras, escuchaba el crujir de las persianas de madera del living, el canto
de los grillos, que se volvía una
especie de mantra nocturno en verano, las ranitas del campo con que lindaba la
casa de mis padres y los perros que aullaban a la luna o ladraban
frenéticamente hasta la madrugada, enviándose secretos mensajes perrunos.
En fin, dormir
era una tarea difícil, tal vez por eso nunca dormí siesta, necesitaba mucho
cansancio para sucumbir a los deseos de la embrujada almohada.
A veces…
otras…muchas veces; me entretenía imaginando historias y en mis sueños; siempre
sobrevolaba la calle de mi barrio con ese camisón de plush con florcitas que
solía usar, con manguitas largas y puntillas. Nadie me veía, pero recuerdo ver
el auto de mi abuelo estacionado en la puerta , un Ford A de hace unos 80 años color verde botella, de esos que usaban
manija, no alarmas; pero que nadie se robaba.
Veía las casas
de los vecinos, reconocía sus patios, sus perros las sogas de ropa tendida en los
fondos revoloteando con la brisa de la madrugada. Me detenía siempre en el
poste de luz de la puerta de casa, allí había enmarañados miles de cables, de
teléfono, de luz y vaya a saber de
cuantas cosa más. Ese poste siempre me llamo la
atención. Me pasaba horas al anochecer en la parecita de casa mirando a donde
irían esos cables. Había un nido de horneros ahí y me encantaba verlos arreglar
el nidito.
Allí el
vuelo se detenía y comenzaba a caer, caer y caer hasta que el sueño se hacía
insostenible e intentaba llamarme a mí
misma para despertarme .Sentía que me aferraba a la sabana y movía con
muchísimo esfuerzo una mano y cuando despertaba me daba cuenta, con espanto que
aún seguía dormida, entonces intentaba llamar a mi papa, ya eran las tres de la mañana ; la hora en el que él se
levantaba para ir al trabajo … se acercaba
a mi cuarto y mi voz entrecortada
le decía:-¡Paaa!!! ¿Me das agua? Él, que había tratado de hacer el menor ruido,
posible me alcanzaba el agua, me daba un beso, me arropaba nuevamente y me
decía:-Duérmase mi princesita de cristal.
Mágicamente descansaba, no había mas
vuelos, ni ruidos, ni grillos, ni ranitas, la madrugada se hacía envolvente y
somnolienta, la brisa se sentía entrando por las ventanas y hamacando levemente
las cortinas del cuarto, el zumbido de
algún mosquito errante se fundía en
mis oídos alejándose, mientras me
sumía en un plácido sueño, tan profundo; que era como ser acunada en una
nube, suave, acogedora y cálida,
ahuecándose como un nido, o el almohadón de raso de un mimoso gatito …allí
despertaba por la mañana sin sobresaltos…y sin miedos.
¡Cuánto
extraño ese vaso de agua a las tres de la mañana!, hoy, entiendo los sobresaltos de mi pequeña
hija por las noches, cuando cualquier ruido la despierta o las sombras de su
cuarto la asaltan en monstruosas figuras imaginarias.
Pasan muchos años a
veces, hasta que nuestros miedos emergen en letras y forman palabras con
que pedir ayuda ¿seremos capaces de escuchar esos pequeños gritos de
auxilio?...no es fácil oír las vocecitas de otros, si nadie acudió ante nuestro
llamado de pequeños…”-¡Paaa!! Me das agua?”...”duérmase mi princesita de
cristal”…
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