domingo, 20 de octubre de 2013

Mención especial del concurso literario 2013: Sueños sin sueño… de Sandra Lucero

Sandra Lucero

Desde niña, muy chiquita me costaba mucho dormir por las noches, me asustaban los ruidos y las sombras, escuchaba el crujir de las persianas de madera del living, el canto de los grillos, que  se volvía una especie de mantra nocturno en verano, las ranitas del campo con que lindaba la casa de mis padres y los perros que aullaban a la luna o ladraban frenéticamente hasta la madrugada, enviándose secretos mensajes perrunos.

En fin, dormir era una tarea difícil, tal vez por eso nunca dormí siesta, necesitaba mucho cansancio para sucumbir a los deseos de la embrujada almohada.
A veces… otras…muchas veces; me entretenía imaginando historias y en mis sueños; siempre sobrevolaba la calle de mi barrio con ese camisón de plush con florcitas que solía usar, con manguitas largas y puntillas. Nadie me veía, pero recuerdo ver el auto de mi abuelo estacionado en la  puerta , un Ford A de hace unos 80 años  color verde botella, de esos que usaban manija, no alarmas; pero que nadie se robaba.
Veía las casas de los vecinos, reconocía sus patios, sus perros las sogas de ropa tendida en los fondos revoloteando con la brisa de la madrugada. Me detenía siempre en el poste de luz de la puerta de casa, allí había enmarañados miles de cables, de teléfono, de luz y vaya a  saber de cuantas cosa más. Ese poste siempre me llamo la atención. Me pasaba horas al anochecer en la parecita de casa mirando a donde irían esos cables. Había un nido de horneros ahí y me encantaba verlos arreglar el nidito.
Allí el vuelo  se detenía y comenzaba  a caer, caer y caer hasta que el sueño se hacía insostenible e intentaba llamarme  a mí misma para despertarme .Sentía que me aferraba a la sabana y movía con muchísimo esfuerzo una mano y cuando despertaba me daba cuenta, con espanto que aún seguía dormida, entonces intentaba llamar a mi papa, ya eran las  tres de la mañana ; la hora en el que él se levantaba para ir al trabajo … se acercaba  a mi cuarto  y mi voz entrecortada le decía:-¡Paaa!!! ¿Me das agua? Él, que había tratado de hacer el menor ruido, posible me alcanzaba el agua, me daba un beso, me arropaba nuevamente y me decía:-Duérmase mi princesita de cristal.
Mágicamente descansaba, no había mas vuelos, ni ruidos, ni grillos, ni ranitas, la madrugada se hacía envolvente y somnolienta, la brisa se sentía entrando por las ventanas y hamacando levemente las cortinas del cuarto, el zumbido de  algún mosquito errante se fundía en  mis oídos alejándose, mientras me  sumía en un plácido sueño, tan profundo; que era como ser acunada en una nube, suave, acogedora y cálida, ahuecándose como un nido, o el almohadón de raso de un mimoso gatito …allí despertaba por la mañana sin sobresaltos…y sin miedos.
¡Cuánto extraño ese vaso de agua a las tres de la mañana!,  hoy, entiendo los sobresaltos de mi pequeña hija por las noches, cuando cualquier ruido la despierta o las sombras de su cuarto la asaltan en monstruosas figuras imaginarias.
Pasan  muchos años a  veces, hasta que nuestros miedos emergen en letras y forman palabras con que pedir ayuda ¿seremos capaces de escuchar esos pequeños gritos de auxilio?...no es fácil oír las vocecitas de otros, si nadie acudió ante nuestro llamado de pequeños…”-¡Paaa!! Me das agua?”...”duérmase mi princesita de cristal”…

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